La Marea del Tiempo
María Jesús Mingot
Editorial Reino de Cordelia. Madrid, 2020
120 páginas
Acababa de releer este libro, de nuevo afectado por su hondura y belleza, cuando inesperadamente una voz poderosa se hizo hueco en mi cabeza y se sobrepuso al batiburrillo de conversaciones entre gentes que no acabo de conocer y afirmó: “¡Hay más escritores de poesía que lectores!”. Se hizo de súbito el silencio, lo que le permitió añadir más sosegadamente: “Muchos son los llamados y pocos los elegidos”. El silencio se hizo más denso e incómodo. Todos esperaban, incluido yo, que prosiguiera, pero tras dejar en el aire esta enigmática y bíblica sentencia desapareció. Yo, que iba a dar comienzo a esta reseña, me quedé con la mano en el aire sin saber qué hacer ni qué pensar.
Ahora, ya repuesto, comprendo muy bien que tras experimentar el misterioso encuentro con la poesía que no solo es belleza sino también verdad, una verdad muy reacia a la definición pero irrefutable, lo que corresponde es guardar silencio, el silencio del recogimiento, pero al tiempo sucede que, siendo el homo esteticus alguien incapaz de esconder sus goces y necesitado de publicitarlos y aun de predicarlos, me encuentro al tiempo callado e impulsado a comunicar que hay uh libro, que existe un libro, no el único, claro, un libro de poesía y que no quiero ser yo solo el que conoce sus severas gracias.
Si no son ustedes escritores de poesía, sino lectores, si no están achispados de vanidad y egotismo, como puede ocurrir, pertenecen al grupo de los llamados y elegidos, pues aunque parezca una paradoja es más difícil leer poesía que escribirla. Son esos libros que se juegan a tientas el logro de la luz los que retan al lector y le exigen pureza de espíritu: a cambio de posponer el yo hasta olvidarlo, eres recompensado abundantemente; habiendo dejado de ser tú, encuentras el callado, el verdadero, el resplandeciente yo, leyendo a otro eres verdaderamente tú. Ese es uno de los misterios de la poesía: un licor fuerte.
La Marea del Tiempo es el cuarto poemario de María Jesús Mingot, también exitosa narradora, y es un libro de poesía, ni más ni menos. Por eso el lector debe hallarse dispuesto y hacer un ejercicio de vivir a contrapelo, es decir, de dar de lado distracciones fáciles, parar el frenesí habitual, acallar el ruido interior y prepararse para, a través de otro que habla, la poeta, encontrar en la hondura de las palabras la belleza de los pensamientos y el alivio de las preguntas inevitables compartidas. Pareciera esto no tan difícil, sensato, tener tiempo para reflexionar, dialogar en silencio con otro, con uno mismo. Pero Javier Tusell daba como bueno, en el tomo correspondiente a la Transición de una Historia de España, el número de quinientos lectores de poesía para todo el país en los años 80, así que barruntando que no debe haber crecido se antoja casi una tarea de héroes.
Ahora bien, qué sucede si, dadas por supuestas estas condiciones, abrimos La Marea del Tiempo y nos internamos en él. Sucede que su lenguaje depurado, acendrado, nos va desde el principio induciendo un estado de ánimo en el que con sosiego, con algo de dolor, con algo de miedo, con consuelo, vamos dejando que la herida de nuestra finitud, nuestra precariedad, nuestra levedad, salga a flote. El título ya nos avisa de que los poemas que forman la parte principal, la más trascendente y la mejor, tratan de esa cosa tan extraña que es el tiempo y su paso, es decir, lo extraño que es vivir y es morir. Lo extraño y lo doloroso.
Únicamente el amor, sugiere la autora, puede ser la medicina que proporcione cura a nuestra enfermedad, solo que el amor mismo también se ve afectado por la marea del tiempo. Pero solo en él, incluso en el amor ido, hay eternidad. El amor es el definitivo consuelo. Si lo hay, si lo ha habido, se puede aceptar que la enfermedad nos domine, que la muerte, propia y ajena, nos abata.
Dejar ir al amor que escapa, no ver el mal en el dolor, aprender a morir es necesario. Si queremos algún tipo de sabiduría esta no puede ser la queja, sino la afirmación de la condición humana, que paradójicamente es mortal. Este libro, siendo de índole trágica, es vitalista. Y esta comprensión lleva a querer esa debilidad que está en los seres que amamos, también los animales. Por eso, porque son transitorios e inestables, son preciosos. Son fulgores pasajeros; cuando los hemos perdido, sin embargo, aún nos resta su luz. De modo que la melancolía nos lleva también a la afirmación de la vida.
Nuestro “dios es esquivo”, queremos que nos responda si las estrellas son fugaces en la noche, pero la luz eterna. El dios esquivo evade las respuestas. María Jesús Mingot pregunta con nosotros, o mejor, nosotros preguntamos con ella, pero ella lo hace mejor, con más delicadeza, con hermosura.
Decía que esta es para mí la parte central del libro, su eje, como el título atestigua, pero las preocupaciones son variadas y afectan a cuestiones bien actuales y candentes, desde la condición femenina a la utilización despiadada y mercantil de los animales o el drama de los migrantes -todos lo somos: “tenemos un nido en el aire”- hasta los bellos poemas dedicados a la naturaleza nórdica -Islandia, Noruega-, donde la geología, tierra, fuego, agua, viento, nos hace comprender que lo inmenso no necesita al hombre.
En La Marea del Tiempo las preocupaciones filosóficas de carácter existencial, aunque formuladas con símbolos renovados de la tradición cristiana, el pan ahora comunión erótica, la fe, la esperanza, la caridad, virtudes teologales descabalgadas de su abstracción mediante bellas imágenes o el cuerpo así en general degradado por Platón a la condición de sombra, se encarnan en la palabra -a la inversa del Génesis, donde el Verbo se hace carne- y gracias a la precisión, al salto metafórico, al ritmo fónico, se vuelven personales, más diría, íntimos, entrañables.
No se adscribe este libro a un solo núcleo temático y tampoco lo hace a unas formas métricas. María Jesús Mingot cultiva el verso libre o con la misma facilidad regresa a los sonetos y alterna voluntarios prosaísmos con léxico de raigambre clásica, me refiero al Siglo de Oro de nuestra literatura. Podría hacer ostentación de citas que sustentaran estas afirmaciones, prefiero dejarlo a cargo de los lectores.
Sí, vuelvo al principio, esa voz impertinente, que en tono demasiado alto afirmaba que hay más escritores de poesía que lectores, quizá mediante la hipérbole denunciaba que son pocos los lectores de poesía porque nos abandonamos a la pereza. Leer un libro como este reseñado requiere atención, requiere apertura, requiere silencio. Cuando acabé de releerlo preferí estar callado, pero la misma voz de antes me exigió “Levántate y escribe. Hay algo simple, simple como un canto rodado, hay un libro de poesía. Y no debe buscarnos él, debemos buscarlo nosotros. Su título quizá no sea memorable; dentro de él hay poemas que sí lo son”.