noviembre de 2024 - VIII Año

Thomas Jefferson reivindicado

Si alguna vez visitan la Casa Blanca, en Washington (USA), quizá les cuenten esta anécdota: Cuando John F. Kennedy recibió en 1962 a 49 premios Nobel para cenar, dijo a modo de bienvenida: “Creo que esta es la concentración más extraordinaria de talento y saber humano que jamás se haya reunido en la Casa Blanca, con la probable excepción de cuando Thomas Jefferson cenaba aquí solo”.

Thomas Jefferson (1743-1826) ha venido siendo víctima, al menos desde 2009, si mal no recuerdo, de una sostenida campaña de difamación y desprestigio ¡por asuntos de su vida privada! Y no hacían la campaña monjitas mojigatas, no, sino han sido los grandes progresistas de la izquierda norteamericana (¡!). El pasado 14 de junio de 2020, airados manifestantes antifascistas, antirracistas y seguramente anti-todo, derribaron la estatua de Jefferson en Portland (Estado de Washington), aunque no derribaron solo su estatua, también derribaron otra de George Washington. E, insisto, todo ello ¡por asuntos de su vida privada!

Como si no supiéramos que Descartes (1596-1650) contrajo la pulmonía que lo mató al salir por una ventana, a altas horas de la madrugada y escasamente vestido, del dormitorio de la Princesa Elisabeth de Suecia, en el invierno de Estocolmo, para evitar ser descubierto. O como si no supiésemos que Hegel (1770-1831) se beneficiaba a su criada, al igual que su “discípulo” Marx (1818-1883) lo hacía con la suya. O como si no supiésemos de qué parte de la biografía de Sócrates (470-399 a C) procede el a veces escabroso verbo “socratizar”, especialmente a jóvenes, más allá del amor platónico. Y tanto ellos, como otros muchos grandes pensadores: Rousseau (1712-1778) era un canalla odioso. Y se hacen esas campañas como si esas difamaciones pudiesen alterar lo más mínimo el valor y la calidad de las aportaciones de ellos y otros muchos, también con biografías escabrosas, a veces, al acervo común del pensamiento de nuestra civilización.

Declaración de Independencia de los EE.UU

Por encima de todas esas banalidades tan ruidosas, queda el hecho de que, cuando se piensa en la importancia del 4 de julio en USA, se piensa inevitablemente en Thomas Jefferson, el autor principal de la Declaración de Independencia y tercer presidente de los Estados Unidos. Fue un hombre muy destacado, aunque no exactamente brillante. Quizá por timidez, su gigantesco talento, que tan bien logró expresar en sus escritos, no alcanzo a poseer el genio de la oratoria.

Jefferson tuvo muchos talentos: arquitecto, inventor, científico y coleccionista de libros y artefactos de la historia estadounidense, pero no hablaba bien en público. Amaba la tecnología y la innovación. Su invento favorito fue un soporte de libros giratorio para cinco libros abiertos al mismo tiempo, como nosotros abrimos cinco ventanas en nuestras computadoras portátiles. Y también fue el inventor, entre otras cosas más, de las sillas giratorias, que él inauguró en el mundo.

Hombre muy versátil, su afición a las ciencias y a las artes le condujo a dedicarse a la arquitectura. De su cabeza y de sus diseños nació el proyecto de, entre otros, dos edificios que han perdurado. Me refiero a la Universidad de Virginia y a su mansión de Monticello. Hombre de la Ilustración, Jefferson poseía la misma pasión que los demás ilustrados en la divulgación de los saberes, en la educación. Y tanto en la educación escolar más básica, como en la superior.  La Universidad de Virginia, establecida en Charlottesville, está calificada por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. Fue creada por el propio Jefferson en 1819, y se dedicó en sus primeros años a los estudios de arquitectura, de astronomía y filosofía, pero también al Derecho y a la ingeniería, en la que fue una Universidad pionera.

Encargado por el comité del Congreso Continental de redactar la Declaración de Independencia, Thomas Jefferson comenzó su tarea el 11 de junio de 1776. Trabajó en reclusión, escribiendo varios borradores antes de que el comité presentara el documento final al Congreso. El 2 de julio, el Congreso Continental votó a favor de la independencia de Gran Bretaña, y durante la tarde del 4 de julio se imprimió por primera vez la Declaración de Independencia. El 6 de julio de 1776, el texto completo apareció en el Philadelphia Evening News, donde los colonos pudieron leer estas famosas palabras: “Sostenemos que estas Verdades son evidentes por sí mismas, que todos los Hombres son creados iguales, que están dotados por su Creador de ciertas Derechos inalienables, entre los que se encuentran la Vida, la Libertad y la Búsqueda de la Felicidad”. Brillantes y potentes palabras que se convirtieron en la base sobre la que se construyeron los Estados Unidos de América.

Universidad de Virginia

Thomas Jefferson se hizo famoso por escribir la Declaración de Independencia y, sin embargo, sería inexacto considerarlo un escritor, al menos un escritor de libros. Sólo escribió un libro en toda su vida, unas notas sobre la Historia de Virginia (Notes on the State of Virginia, en 1785).

A cambio, escribió unas 25.000 cartas en las que se encuentra disperso su pensamiento sobre las más variadas y diversas materias. Una correspondencia que desvela el brillante espíritu y la amplísima cultura que poseía Jefferson, así como la enorme fuerza expresiva de sus escritos.

Jefferson tenía una profunda fe en la bondad del hombre, pero sin incurrir en los excesos de Rousseau. Por ejemplo, jamás pudo entender cómo se podía calificar de bueno a un salvaje, como lo hacían en sus escritos los philosophes franceses. También tuvo una gran fe en la libertad y en la razón, como motores principales de las ciencias y del progreso. Y también valoraba mucho el principio de utilidad en la ética, pero sin caer en las extravagancias autoritarias de Bentham (1748-1832). Junto con Benjamín Franklin (1706-1790), Jefferson simboliza el más genuino prototipo de humanista de la Ilustración Americana. Y su pensamiento político reflejó cabalmente el espíritu de la democracia en América en su raíz más profunda, sentida con fervor casi religioso, casi como un mensaje de salvación para la humanidad. Un pensamiento que se basaba casi totalmente en la teoría política de Locke (1632-1704. Pero sólo casi.

Jefferson era el único norteamericano de la época revolucionaria que poseyó la biblioteca de un español. Fue la biblioteca de un tal Antonio Gavín, nacido en Zaragoza, en 1682, y fallecido en el Condado de Goochland (Virginia), en 1750. Este clérigo renegado tuvo una curiosa peripecia vital en Inglaterra, en Irlanda y después en la América inglesa, que está descrita en parte por Menéndez Pelayo en la Historia de los Heterodoxos Españoles. También se recoge completo este episodio de la vida de Jefferson en el libro de Elvira Roca Barea Imperiofobia y Leyenda Negra (2016). A ese hecho fortuito se debe que, en los debates sobre la independencia y la constitución de los nacientes Estados Unidos de América, se encuentren citados algunos autores de la Escuela Española, como Juan de Mariana (1536-1624).

Jefferson, lector infatigable, conoció algunas obras de los clásicos del Siglo de Oro español y pudo comprobar la plena coincidencia de los fundamentos de la filosofía política de Locke con el pensamiento de los maestros españoles clásicos. Especialmente en lo que se refiere a la idea de que el poder no lo entrega Dios a los Príncipes, sino al pueblo, y también en lo relativo a la limitación de los poderes de gobierno. Tanto, que durante su estancia diplomática como Embajador de USA en Francia (1785-1789) adquirió varios ejemplares en español de la Historia General de España de, de Juan de Mariana, una de ellas la regaló a Madison (1751-1836) quien sería el cuarto Presidente USA. También John Adams (1735-1826), segundo Presidente USA, fue aficionado a la lectura de las obras del Padre Mariana.

Tumba de Jefferson

Con sus Thomas Paine (1837-1809) y John Adams, compartió Jefferson la consideración de las monarquías europeas como regímenes decrépitos e inevitablemente despóticos. Y, a diferencia del temor que sentían casi todos los ilustrados europeos, especialmente los alemanes, hacia los motines, revueltas y anarquía del populacho, Jefferson sostuvo siempre que el peor gobierno popular era preferible a las Monarquías europeas de la época: “Todos los hombres en la tierra poseen el derecho de autogobierno”. Para Jefferson, el pueblo debía de ser tratado como un adulto. De ahí la importancia de la libertad de expresión. La democracia representativa era, para él, el único régimen conforme al derecho natural del pueblo a elegir y controlar a su gobierno. Porque la tiranía, para Jefferson, era esa situación de dominación en la que las buenas gentes temen a su gobierno, mientras la democracia es ese sistema político ideado para que los gobernantes teman a los ciudadanos.

También fue uno de los primeros en denunciar los excesos y tiranía del clero protestante, y reivindicó la libertad de conciencia, especialmente en materia religiosa. La Ley de libertad religiosa de Virginia, que él elaboró en 1786, suprimió por primera vez en un Estado de la recién creada Unión la discriminación de los católicos y la de los judíos, que tampoco eran muy apreciados entonces en muchas partes de la nueva nación. Cuando Andrew Jackson (1767-1845), séptimo Presidente USA, enunció en 1828 su programa por la Democracia, tuvo a Jefferson como una de sus principales referencias. Y cuando Emerson (1803-1882), creador del Trascendentalismo Americano, pronunció sus famosos discursos El Intelectual Americano (1837) y el Discurso del Divinity School (1838), en la Universidad de Harvard (Massachusetts), no sólo presentó en sociedad su crítica radical a las tradiciones religiosas de Norteamérica, unitarias, anglicanas, luteranas y calvinistas, centradas en un anti-catolicismo indefendible, más propio de la época de la Reforma Protestante. Emerson reclamó en esos discursos una religiosidad acorde con la naturaleza del hombre, del mundo y de la vida, y una nueva mentalidad más abierta y tolerante, siendo para él Jefferson una de sus principales referencias.

El pensamiento de Jefferson tuvo una gran difusión en los Estados Unidos, pese a lo escaso de su obra publicada y a la privacidad de su voluminosa correspondencia. Una gran difusión y una mucha y muy honda influencia. Los borradores preparatorios de la Declaración de Independencia, las notas y correspondencia del debate constitucional de 1787, sus informes diplomáticos, etc., se divulgaron en la prensa y muchos llegaron a conocer y a compartir sus planteamientos.  Jefferson, como su amigo y rival John Adams (segundo Presidente de USA), fueron de los primeros que expresaron su convicción de que las 13 Colonias debían constituirse en una nueva nación americana.

Jefferson diseñó su propia lápida funeraria. Una lápida en la que incluyó únicamente los tres logros que él consideraba verdaderamente importantes de su vida: Autor de la Declaración de Independencia, Autor del Estatuto de Virginia para la Libertad Religiosa y Padre de la Universidad de Virginia. No quiso hacer referencia en su lápida el hecho más que notable de haber sido Presidente de los Estados Unidos, el tercer presidente, tras George Washington (1732-1797) y John Adams, y antes ya había sido el segundo Vicepresidente. Como tampoco quiso mencionar las restantes altas magistraturas que también ejerció, como el haber sido Gobernador de Virginia, embajador en Francia, o Secretario de Estado de los Estados Unidos, cargos que también dejó notoriamente excluidos de su lápida. Quizá a eso, a su desapego por los cargos que desempeñó en vida, se refería el Presidente Woodrow Wilson (1856-1924, el de la Primera Guerra Mundial, cuando dijo de él que, si bien Jefferson había sido un gran hombre, no estaba claro que hubiese sido un gran americano (¡!).

Thomas Jefferson murió el 4 de julio de 1826, justo el año en que se cumplía el 50º aniversario de la Declaración de Independencia. Por curiosa coincidencia, ese mismo día falleció su antaño amigo y luego también rival político en las elecciones de 1800, John Adams, el segundo Presidente. Ambos fueron firmantes de la Declaración de Independencia. Todos los años, la Campana de la Libertad en Filadelfia pica y repica en conmemoración de ese evento. La tarde del 4 de julio de 1826, los tañidos de la Campana de la Libertad también sonaron por la muerte de Thomas Jefferson y de John Adams, fundadores de la República y dos grandes demócratas.

En estos tiempos actuales de agrias polémicas políticas, llenos de jactancia, de repartos de culpas, de odio y de falta de respeto, un tiempo en que manifestantes que decían ser antifascistas, antirracistas y antiesclavista destruyen estatuas de los grandes hombres, creo que no estaría de más recordar estas sabias palabras de Thomas Jefferson: «Nunca consideré una diferencia de opinión en política, religión o filosofía como motivo para apartarme de un amigo«.

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