¿Cuál es el Casado auténtico y cuál el impostado? ¿El que ganó el Congreso del PP a lomos del aznarismo “sin complejos”? ¿El que se dejó barba para reconvertirse en marianista moderado? ¿El que retornó más tarde al extremismo llamando “felón” y “canalla” a Sánchez? ¿El que volvió a transmutarse para poner distancia respecto a la censura fallida de Vox?
O puede que el Casado auténtico no sea ninguno de éstos, sino todos a la vez. Es decir, un jefe de filas dispuesto a convertirse en cada momento en lo que haga falta para acercarse al poder. Un día es moderado, otro es radical, en la mañana es centrista constitucionalista, por la tarde es cayetanista furibundo… Y este es el Casado más preocupante de todos, porque carece de referencia, de guía y de límites.
Recordemos que solo este mes de octubre ha dado para que el líder del PP rechazara el estado de alarma en Madrid con acusaciones de “atropello” y “prepotencia”. En estos días ha avalado la infame decisión del Ayuntamiento de Madrid para denostar a martillazos la memoria de Prieto y Largo Caballero. También ha tenido tiempo para descalificar a nuestro país ante los embajadores europeos. Y termina el mes hablando de reformismo y reconciliación…
¿Por qué la decisión del voto popular en la moción de censura se demoró hasta bien transcurrida la segunda jornada de debate? Hablan del “efecto sorpresa”, pero parece más bien que se dio el “efecto cálculo”. Casado dio orden de votar no a la censura tras comprobar todas las crónicas sobre la debacle ultra, entre chanzas generalizadas por la supuesta conspiración china. ¿Qué orden hubiera dado el jefe de la oposición si Abascal hubiera hecho un buen debate, con buenas críticas en la banda mediática derechista?
No obstante, el resultado de la moción de censura ha resultado positivo para la sociedad española y la salud de nuestra democracia. La ultraderecha y su discurso del odio han quedado aislados en el Congreso de los Diputados. La oposición del PP ha marcado distancias y ha esgrimido credenciales democráticas, por un día al menos. Se ha demostrado con claridad, además, que los apoyos del Gobierno de Pedro Sánchez son firmes y están preparados para cumplir su programa y agotar la legislatura.
Hay que celebrar sin ambages el discurso de Pablo Casado durante el debate de la moción de censura, en lo que supone de alejamiento respecto a las posiciones antidemocráticas de Vox. Pero si el líder del PP pretende ser creíble en este nuevo giro, debe ir más allá. Si no quiere confirmar las sospechas de oportunismo, impostura y regate corto, ha de consolidar el viraje a la moderación rompiendo con los ultras allí donde más daño hacen, en la influencia sobre los gobiernos de Madrid, Andalucía y Murcia.
Si Casado pretende que los españoles interpreten su última finta como algo más que un teatrillo desmontable, debe dar continuidad al gesto con otros gestos creíbles: romper los acuerdos con la ultraderecha allí donde gobiernan juntos, colaborar lealmente con el Gobierno en la lucha contra la pandemia, negociar la renovación de los órganos constitucionales y trabajar con el Gobierno para sacar adelante los presupuestos que han de sacarnos de esta crisis sanitaria, económica y social.
La moción de censura, sin embargo, ha opacado una de las decisiones más relevantes entre las adoptadas por las Cortes Generales en lo que va de legislatura. El martes 20 de octubre, 208 diputados y diputadas, mucho más allá de la mayoría absoluta, abrieron la puerta con su voto a la tramitación de los Presupuestos Generales del Estado para 2020, que han de ser los presupuestos de la reactivación económica, los buenos empleos y la justicia social.