Gestar un tópico
Azahara Alonso
RIL Editores, Colección AEREA / Carménère
Barcelona – Santiago de Chile, 2020.
Abre Gestar un tópico –obra sugestiva en alto grado- una cita de John Ashbery, bien elocuente: “Lo veo todo por escrito”. Ver por escrito es poder ver gracias al lenguaje y a través del lenguaje, y eso, dicho en el pórtico de un libro de poesía, supone una clara toma de postura ab initio. Y un riesgo. Porque la poesía es el territorio de la connotación y el sentido figurado en pos de lo inefable; de lo que, por su propia y escurridiza naturaleza, se resiste a ser puesto en palabras. Azahara Alonso (Oviedo, Asturias, 1988), joven autora de muy viva inteligencia, licenciada en Filosofía y profesora de escritura creativa, lo sabe perfectamente; como también que en el arte, igual que en todo, se eligen caminos, cuya honestidad y fortuna se miden justo en el punto de intersección entre sus posibilidades exploratorias y la capacidad de reconocer sus inevitables limitaciones. Las inherentes a cualquier propuesta estética.
La escritura de Azahara Alonso había deparado ya una primera obra: Bajas presiones –publicada en 2016 por Ediciones Trea-, a caballo entre la poesía y el pensamiento puro, por decirlo así, pues se trataba de un libro de aforismos al que, además de su calidad y frescura, cabe reconocerle el especial arrojo de cultivar un estilo lapidario en plena juventud. Lo aforístico se halla presente también en su segunda obra, la mencionada Gestar un tópico -aparecida bajo el sello de RIL Editores, de matriz chilena y felices entusiasmos en España-. Sólo que aquí los textos en prosa son, inequívocamente, poemas en prosa: treinta y nueve, para ser exactos, divididos en dos partes y una coda ingeniosamente ordenada por puntos y sus correspondientes divisiones y subdivisiones, tal si fuese la estructura de un manual didáctico o académico. Poemas en prosa con sus saltos de pensamiento insólito –que diría Francisco Brines-; con sus búsquedas, por encima de la lógica, durante los pasajes de transición entre juegos de palabras de un ajustado sentido (“De la gesta al gesto. O más bien al contrario”), y entre esas iluminaciones deudoras del aforismo (“El espejo es el único más allá del que dispongo”; “El enemigo del optimista es un escéptico”; “En el olvido sin culpa descansa la mayor de las desposesiones”; ¿Cómo es posible que de todos los dioses que hemos inventado no comparezca ni uno solo?”) y los hallazgos de grata sorpresa (“Las flechas de los indios silban en mi sangre”), junto a los que redundan en la articulación de la propia médula de la obra, como éste de capital importancia: “He soñado con un sol ajeno a todo tópico. Pero era, en fin, luz integral sin protección para sujetos”. La gestación del tópico, literario y vital, se impone, pues, como una necesidad básica; más en el ámbito de la urbe madrileña, principal de los telones de fondo del libro. “En la gran ciudad el único consuelo es gestar un tópico”, leemos prácticamente al comienzo de estas páginas. Necesidad del tópico como una forma de arraigo, cuando “es seguro que yo no, pero esta luz está también en otra parte”. Cuando el sujeto poético confiesa, ya de entrada: “Me dicen que necesito un narrador omnisciente”.
¿Y cómo olvidar otra sustanciosa confesión? “Leo para ser infeliz, conscientemente infeliz, amargamente infeliz”. Cuánto tiene eso que ver con lo que señalaba, en las primeras líneas, en torno a las inevitables limitaciones inherentes a toda propuesta artística. Eso que Azahara Alonso sabe muy bien, pues su apuesta estética por el lenguaje no rehúye afrontar que dicho lenguaje “es la lujosa encuadernación de la ignorancia”. Lo que viene a decir, en realidad, y recordando a Borges, que el lenguaje ya constituye una elección, una ignorancia y una sabiduría parciales; un hecho estético en sí mismo, independientemente de lo que hagamos con semejante herencia. Independientemente de que imaginemos o soñemos un “mundo-galerada”, “que se quedase así, en prueba y revisión”. De manera compleja, rica y estimulante, Gestar un tópico acierta a transmitirnos una zozobra a propósito de la condición humana, en tanto que identidad individual en los límites del lenguaje. Frente a las limitaciones del lenguaje, cabría afirmar incluso. Flotando en el vacío, oteando el panorama precedente, podemos reconocernos en las vigilias intelectualizadas de John Ashbery. Pero ahí estaría también la nominal ansia recreadora, y renovadora de lo místico, del último Juan Ramón. O el cosmos refundado por Aleixandre, por Neruda –y por las tribulaciones de Zurita, cara y cruz-, por Saint-John Perse y sus deslumbramientos pindáricos. Todo puede contribuir a cerrar, en alguna medida, “el ángulo que forman ahora mismo este miedo y la lengua”, como la propia Azahara Alonso, en un estremecimiento, escribe con verdad.