Antes del Paraíso
Pedro Ugarte
Editorial Páginas de Espuma, 2020
Los ocho cuentos contenidos en este volumen se desarrollan en ambientes familiares de clase media urbana. Ambientes bastante comunes y corrientes en cualquier ciudad costera española de tamaño mediano. Ambientes rutinarios, grises, levemente opresivos. En estos relatos, al mejor estilo chejoviano, aparentemente no pasa nada. O lo que pasa solamente tiene interés para el cerrado mundo de sus personajes de los que el autor, siguiendo la conocida máxima de Horacio Quiroga, bien pudo haber sido uno. Y cuánto más avanza en sus páginas, más sensación tiene el lector de que efectivamente el autor lo fue. Hay demasiada sutileza, demasiada finura en la descripción de ambientes y situaciones, demasiada profundidad psicológica como para no haberlo sido. Por lo menos en la mayoría. Aunque cuánto haya de autobiográfico o de inventado en estos relatos en realidad importa poco. Lo que importa es lo que transmiten: una inevitable sensación de fatalidad, una actitud vital descreída e irónica, una suave e indefinible melancolía. Vida de familia en estado puro, es decir con sus silencios y sus incomprensiones, sus breves alegrías y sus frustraciones duraderas, sus implacables rutinas (“Erasmo” es un relato prototípico de lo que digo) y sus soterrados conflictos cuyo alcance y dureza se trasluce solo en ocasiones puntuales, en comentarios de pasada, en detalles menores. Y todo ello edificado sobre ese pegajoso suelo sentimental de implícita cobardía donde nos arrastramos de niños y del que nunca (por mucho psicoanálisis o mucha literatura que invirtamos) conseguimos despegarnos del todo (en mi opinión, “Antes del Paraíso”, el relato que da título al libro, trata principalmente de esto). Sobre todo, si, como le ocurre al protagonista de la mayoría de los cuentos, se es hombre, se es blanco, se es heterosexual, se es español y se es un padre de familia que ha intentado mantenerse y mantener a los suyos con los exclusivos frutos de su trabajo (y si no que se lo pregunten a la pareja protagonista de “El premio”). Porque -ya lo habrán adivinado- los cuentos de Pedro son, como los mejores cuentos clásicos, morales en el buen sentido de la palabra, es decir, pulcramente despiadados, sin moralina y sin moraleja. Sin embargo, nada de lo anterior bastaría para hacer de este libro la pequeña obra maestra que me parece que es si no fuera por el estilo de narrar de Pedro, que en este volumen alcanza, creo, un singular grado de madurez. Un estilo pausado, armónico, cadencioso, de palabras precisas y adjetivos justos, poético a ratos, donde reflexión y descripción, fraseología y diálogos se combinan con gran naturalidad. El estilo fluido y armonioso, delicado y potente, de quien se sabe dueño del oficio y hace que parezca fácil lo que en realidad es muy difícil: ir llevando al lector a dónde el autor desea llevarle sin que aquél lo note, sin que lo perciba casi, sin forzarle.
De cuánto llevo leído de Pedro Ugarte (una novela, tres libros de relatos, un diario vinculado a su experiencia como lector y escritor) esto es lo que más me ha gustado. Lo cual está muy bien porque indica que Pedro sigue en muy buena forma, que podemos esperar más de él en lo sucesivo.