noviembre de 2024 - VIII Año

Lo mucho que podemos aprender de Emilio Castelar

Que sea el hombre el dueño de su historia
Jaime Gil de Biedma

castelar emilioDe Emilio Castelar (1832-1899), cuarto presidente de la I República, podemos extraer una serie de ideas y de convicciones, si reflexionamos juiciosamente, que atraviesan el tiempo y que siguen siendo de una incuestionable validez. Fue un excelente orador, estadista, cuarto Presidente de la I República, político culto y honrado, historiador, escritor de notable agilidad y buen pulso… y muchas otras cosas.

Durante toda su vida luchó contra la hipocresía, la doblez y la corrupción. Sentía asco ante las huecas proclamas patrióticas con que pretendían cubrirse quienes se envolvían en banderas y protagonizaban ’políticas rastreras’.

Hombres cabales como Emilio Castelar ennoblecen aquello en que creyeron. Tuvo siempre como norte que por nada se viera menoscabada su integridad y dignidad.

Vivimos en una época de prisas sin fundamento. Se corre mucho para no llegar a ninguna parte. Estamos encerrados en nosotros mismos y padecemos una falta de interés por lo que nos rodea, especialmente por lo público, por lo que es de todos y todos deberíamos defender. Nuestra mirada se ha devaluado. Si por algo nos caracterizamos colectivamente es por dilapidar créditos hasta la saciedad. Corremos el riesgo de caer ‘en una especie de autismo social’.

Quienes vivimos en Madrid y prácticamente a diario pasamos por el Paseo de la Castellana, apenas reparamos en el monumento erigido en honor de Emilio Castelar, que desde mi punto de vista, es uno de los grupos escultóricos de mayor belleza y plasticidad que existen en la ciudad.

Lo primero que me llama la atención es que se sufragó por suscripción pública. Es gratificante que los madrileños le rindieran ese homenaje aunque otras Instituciones también colaboraran.

Si se observa, con detenimiento, tiene un aire en cierto modo piramidal. Lo que destaca a simple vista son tanto las inscripciones como las figuras alegóricas por su fuerza y expresividad. Destaca la magnífica escultura en bronce de Emilio Castelar, arengando al auditorio. A sus pies una venus que probablemente, represente a la verdad. Por unas escalinatas intentan ascender hasta ella tres esculturas de bronce que representan un obrero, un estudiante y un soldado, obvio es decir, que se identifican con el pueblo.

Cuando la mirada se detiene, se pueden apreciar en el conjunto elementos de interés. Una vez más, no es lo mismo ver que mirar atentamente. Mariano Benlliure supo calcular muy bien los espacios. Ascienden por los peldaños, atentos y escuchando la palabra de Castelar, Cicerón y Demóstenes, las dos glorias de la oratoria greco-latina. Creo sinceramente que el escultor valenciano dio en este monumento lo mejor de sí mismo con un resultado espléndido e incluso deslumbrante.

monumentocastelarMonumento a Castelar en MadridAsimismo se destaca, oportunamente, el papel que jugó el cuarto Presidente de la I República, con sus encendidos discursos, para contribuir a la abolición de la esclavitud. De ahí, que tanto hombres como mujeres y niños aparezcan en actitud de liberarse de las cadenas. Por si esto fuera poco, una inscripción recuerda: ‘levantaos esclavos porque tenéis patria’. Al pie de otras figuras que representan las tres gracias, se reproducen las palabras resumen y símbolo de la Revolución Francesa y del liberalismo político: libertad, igualdad, fraternidad.

He iniciado este ensayo describiendo y haciendo unas valoraciones sobre el Monumento de Mariano Benlliure, porque creo que sintetiza lo que Castelar significa como estadista, tribuno, historiador y demócrata.

Es el recuerdo necesario de un momento histórico lamentablemente olvidado o menospreciado. Emilio Castelar estuvo dotado de un vigor excepcional y, quizás por eso, supo convivir con habilidad y destreza con algunos de los ‘fantasmas habituales’ de la historia y de la cultura española. Conviene a este efecto no olvidar que cada época oculta algunos fantasmas en el armario.

Odiaba a quienes urdían patrañas. Sin ostentación, era viril y hasta tenía un cierto halo épico con sus palabras, en tantas ocasiones, proféticas. Representa y sigue representando, en cierto modo, el respeto que debemos tenernos a nosotros mismos para seguir… avanzando. A veces, la utopía, en su versión más modesta, no es más que una sociedad que por fin ha perdido el miedo… a vivir democráticamente.

Sus palabras fueron esperanzadoras. La política –en su tiempo y en el nuestro- es un laberinto intrincado donde puede extraviarse quien no esté capacitado para desenvolverse con soltura y buscar salidas viables.

Dedicarse a la defensa de ‘la cosa pública’ es percibir la fragilidad del poder, sus limitaciones, realizar equilibrios para salir adelante y sortear escollos. Es un duro aprendizaje comprobar, una y otra vez, que la estupidez humana es contumaz, difícil de redimir y torpe… y, por tanto, hay que aislarla y procurar que ocupe un lugar marginal, sobre todo, cuando adopta actitudes violentas y fanáticas.

Dio sobradas muestras de valentía, moderación e inteligencia. Muy pocas veces tuvo un comportamiento temerario. En cierta forma, fue lo que hoy definiríamos como un ‘político pragmático’ que procuraba seguir un ‘modus operandi’ gradualista… tenía especial cuidado en que sus ideas y proyectos pudieran avanzar aunque fuera lentamente. No fue un revolucionario pero sí un hombre de Estado reformista.

Debemos recordarlo como un intelectual y político sólidamente preparado y culto. Obtuvo la cátedra de Historia Filosófica y Crítica de España, en la Universidad Central, pero era algo más que un profesor, tenía un sentido histórico y aspiraba a que la historia fuera el escenario de realización de sus proyectos.

Asumía los valores republicanos como un acicate para la acción política. Fue un periodista sagaz, con una pluma bien cortada y cuando hacía falta, hiriente. Quien quiera conocer alguno de sus artículos aparecidos en el ‘Tribuno del Pueblo’ o en la ‘Soberanía Nacional’, antes de fundar su propio periódico que llevaba por título ‘Democracia’ –y no por casualidad- podrá comprobar cuanto venimos diciendo.

Si castelarhubiera que elegir un artículo emblemático, escogería, sin duda, ‘El rasgo’ (1865) en él, con finura e ironía apuntando a la línea de flotación, criticaba una artimaña, por no decir corruptela, de Isabel II, consistente en teóricamente entregar sus joyas al Estado, para que el Estado le retribuyera este aparente esfuerzo. En realidad, se trataba de un ejercicio de ingeniería contable, sumamente productivo.

A la Reina ‘castiza’ no le sentó nada bien el artículo. Castelar fue cesado de su Cátedra, lo que provocó manifestaciones de alumnos y profesores que fueron reprimidas con dureza… corrió la sangre. Es la que se conoce como la tristemente célebre ‘Noche de San Daniel’. Como consecuencia de este exceso de barbarie, Narváez se vió obligado a dimitir y Leopoldo O’Donell, su sustituto, devolvió a Castelar la Cátedra que le habían arrebatado de forma tan caciquil y borbónica. Como podrá verse el ‘curriculum’ de don Emilio, como el de todo gran hombre, alterna fracasos y éxitos.

Es un momento oportuno para exponer algunas de sus ideas ‘reformadoras de calado’. Adoptó, sin ir más lejos, medidas para suprimir los títulos nobiliarios y contra la esclavitud en Puerto Rico. Por lo que a Cuba respecta, pretendió eliminar el poder, casi absoluto, del Capitán General, así como, homologar el sistema de justicia de la isla, al que se existía en la metrópoli. Por cierto y como es lógico, contó con la inquina y hostilidad de la denominada Liga Nacional de Hacendados y Esclavistas que consiguió con sus manejos y presiones de todo tipo, que estas reforma se pospusieran.

No hay peor cosa que verse obligado a apagar distintos fuegos al mismo tiempo. Tuvo que hacer frente a la Guerra Carlista, de turno; por cierto, que los ultras siempre acaban entendiéndose entre sí. Hay historiadores que sostienen que los esclavistas cubanos financiaban a los carlistas ultra católicos y supuestamente patrióticos… sublevados, eso sí, contra el Gobierno. Por si esto fuera poco, los conservadores ‘espoleados’ por Cánovas del Castillo, amenazaban con sublevarse si se abolía la esclavitud en Cuba. Además, tuvo que hacer frente a movimientos centrífugos como el Cantonalismo.

Entrada del General Pavía en las CortesEntrada del General Pavía en las CortesComo es sobradamente conocido, la experiencia republicana finalizó cuando el Capitán General de Madrid, Manuel Pavía, entró a caballo en el Congreso o lo que es lo mismo dio un golpe de Estado.

Hagamos un breve inciso. Emilio Castelar eligió el camino del exilio y tras viajar por diversos países, fue elegido Académico de la Lengua y de la Historia, a su regreso a España.

Anteriormente, hemos aludido a su posibilismo y a su gradualismo. Cuando más tarde se aprobaron leyes como la del Sufragio Universal y la del Jurado, las apoyó. Es más, convenció a varios de sus leales partidarios que lo habían acompañado durante muchos años, a que se integraran en el Partido Liberal de Sagasta para afianzar estas reformas y evitar que los conservadores pusieran en peligro estos avances.

Desde niño fue muy avispado, ingenioso y activo. Pronto destacó por la rapidez de sus respuestas y por su palabra fluida, que con el tiempo, le llevaría a ser un excelente tribuno que deslumbraba por su oratoria, en la que podía observarse un dominio de los argumentos de la retórica clásica. Es cierto que nació en Cádiz, pero su niñez y su juventud las pasó en Elda (Alicante) y de hecho, siempre se consideró un eldense. Es más que interesante su libro ‘Recuerdos de Elda’ muy ilustrativo a este respecto.

No se insiste demasiado en que gracias a la biblioteca de su padre, que murió muy joven, se convirtió en un lector voraz. De esta forma, con apenas veinte años, ya conocía a los historiadores, filósofos y oradores greco-latinos y se había puesto en contacto con el pensamiento y con el legado de las figuras más representativas de la antigüedad clásica. Probablemente su pasión por la libertad y por el valor de la democracia para la convivencia, en buena medida, tiene su origen en estas lecturas. Por si esto fuera poco, su madre, María Ripoll, pertenecía a una familia levantina de recio abolengo liberal, entre sus componente se hallaban personas próximas al círculo de Rafael Riego.

Un hecho que, lógicamente, destacan todos sus biógrafos, es que fue el cuarto Presidente de la I República, tan atacada por unos y por otros y que tuvo una existencia efímera. Su periodo de vigencia abarca, tan solo, de febrero de 1873 a diciembre de 1874.

Aitaliantes se había hecho acreedor a un sólido prestigio gracias a su habilidad política, al uso ajustado de la palabra y a su ‘florida’ capacidad oratoria. Esto no sólo le granjeó adhesiones sino enemistades. Su republicanismo democrático y liberal, siempre tuvo una manifestación serena y moderada, mas la iglesia católica lo atacó con dureza a raíz de su defensa de la libertad de cultos.

Todos aquellos que veían peligrar sus privilegios lo ‘asaeteaban’, prácticamente a diario, la nobleza lo tenía en su punto de mira, los sectores más atrabiliarios del ejercito lo odiaban y los propietarios de plantaciones en ultramar y los esclavistas, conspiraban a diario contra él. Le fueron segando la yerba bajo los pies hasta que lograron noquearlo. Por otra parte, sectores republicanos como los federalistas, no supieron estar en esos momentos a la altura de las circunstancias, ‘ni cerrar filas’ contra una derecha que desde que cayó Isabel II, conspiraba para restaurar en el trono a la dinastía borbónica.

Tal y como acostumbro a hacer, sugeriré al lector interesado unos cuantos títulos que creo de bastante interés para explorar, algunos aspectos esenciales de la egregia figura de don Emilio así como las tribulaciones de la España de su tiempo.

Un libro muy poco conocido pero ameno y, sin duda, sumamente útil para poner de relieve su cosmopolitismo y sus amplios conocimientos de historia y de cultura clásica es ‘Recuerdos de Italia’. Benito Pérez Galdós lo tendría en cuenta cuando planeó en 1988 su viaje por Italia que hoy podemos disfrutar gracias a ‘De vuelta de Italia’, donde nos describe sus impresiones de las regiones y ciudades que fue visitando. No lo cita directamente, pero es palpable que entre los libros sobre Italia que leyó antes de emprender sus andanzas por el país transalpino, tomó muy buena nota de los comentarios y sugerencias de don Emilio.

Algunos de los episodios de la vida de Castelar son, sin duda, novelescos. Como por ejemplo, que tras el fracaso de la frustrada insurrección del Cuartel de San Gil en 1866, fue condenado a muerte… pero logró huir a Francia.

eldaSobre don Emilio se ha escrito mucho y de interés desigual. Se han ocupado de su figura, entre otros, el socialista Luis Araquistain en ‘El pensamiento español contemporáneo’ y en el ámbito de la derecha Carmen Llorca. Cuando se cumplía el primer centenario de la Primera República, por lo tanto, cuando la dictadura franquista daba sus últimos estertores agónicos, publicó una selección de sus Discursos Parlamentarios que como toda selección, está sujeta a gustos particulares, preferencias y afinidades, pero que en conjunto no resulta desdeñable.

Ya hemos señalado que pasó su infancia y primera juventud en Elda. No debe extrañarnos, por tanto, el interés que en esas tierras mediterráneas tiene su figura.

En 1984 Juan Ramón Valero, publica ‘La palabra política de Emilio Castelar: cuatro discursos y un artículo’ y Luis Esteve, en 1990, ‘El pensamiento de Emilio Castelar’ al que le dedicó su tesis doctoral.

Los últimos días de su vida, los pasa en San Pedro del Pinatar, en la mansión modernista Quinta de San Sebastián, construida por la familia Servet-Spottorno, amigos de don Emilio, a la que había ido a reponer fuerzas para reemprender sus actividades.

Desde 1995, esta mansión está declarada BIC (bien de interés cultural), por el Gobierno de la Región de Murcia. Por el hecho de haber fallecido allí don Emilio es, también, conocida como ‘Casa de Castelar’ y sobre todo, por ‘La Casa del Reloj’

En la actualidad esta mansión, donde la presencia de don Emilio es particularmente perceptible en el piso superior, ha sido restaurada con buen gusto y alberga un conocido restaurante.

A mi juicio merece una visita ya que es un lugar histórico dotado de un amplio jardín, con palmeras y eucaliptos que aunque es una mezcla de diversos estilos, puede considerarse un ejemplo de villa de recreo perteneciente al modernismo murciano, obra del arquitecto Pedro Cerdán.

Incuestionablemente, Emilio Castelar es una figura que cualquier país de nuestro entorno, Francia por ejemplo, no dudaría en que sus restos descansaran en los Inválidos, en el Panteón de Hombres Ilustres. Aquí, sin embargo, está enterrado en la Sacramental de San Isidro.

Para mí, desde luego, debe ser considerado un héroe nacional y un buen ejemplo de lo que representó el republicanismo ilustrado en el siglo XIX.

Todas estas cosas me vienen a la memoria, cada vez que paseando por la Castellana, me paro a contemplar el formidable grupo escultórico de Mariano Benlliure destinado a preservar su memoria.

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