Los males de España encuentran su expresión, hoy desaforada, en una degradación de la política que ha trocado su condición de Arte hibridado con Ciencia, de trasunto social y moral, en una mera técnica de hostilidad graneada e individualizada. La confrontación política no se asienta hoy en una deseada rivalidad argumental con miras al hallazgo de las mejores soluciones a los problemas realmente existentes, sino que, más bien, deriva hacia la agravación intencional de los problemas de tod@s con vistas al cierre de toda solución posible como baza para erosionar al rival y guiarle hacia el fracaso.
La actividad política, como toda actividad humana, se fundamenta en percepciones. Calibrarlas y ajustarlas a la realidad es una tarea de la máxima importancia puesto que de ellas va a depender el curso, el tono y la entidad de las decisiones a adoptar. Las percepciones políticas que arrostra la situación presente no se basan en certezas fácticas conforme a hechos, sino que, por el contrario, se enraízan en expectativas de actuación signadas por los prejuicios, atribuidas a los adversarios, transformados así, mecánica y automáticamente, en enemigos. Derecha e izquierda acostumbran actuar sobre percepciones impropias sobre el Otro.
La derecha maneja el prejuicio de que toda la izquierda es sustancialmente bolchevique, una supuesta forma suprema de radicalidad revolucionaria. Y la izquierda, por su parte, atribuye a la derecha una inherente deriva hacia el fascismo. Cuando la derecha gobierna y ejerce el poder, la izquierda reivindica la moralidad. Cuando gobierna la izquierda, la derecha la impugna aventando valores conculcados. Esto forma parte de las rutinas en la actividad política. Pero implica que en presencia se hallan dos lenguajes distintos y, generalmente, antagónicos. De un lado, figura el cratos, el poder, del otro, el ethos, la moral. Se trata de una lucha perenne. Pero, no es posible una salida a esta contradicción perpetua sin una fórmula que implique que ambas dimensiones de la actividad política constituyen dos segmentos de la realidad que necesariamente se incluyen.
En uno de los diálogos platónicos, preguntan a Sócrates qué es lo que sin ser grande no es pequeño. El maestro recapacita y, en un giro lógico de inusitado alcance civilizacional, sin precedentes, descubre una categoría lógica: la otreidad. Lo que sin ser grande no es necesariamente pequeño es, simplemente, lo otro.
Hoy, en España, asistimos a un episodio insólito en torno a una pandemia que ha sembrado de muerte y dolor a nuestro país. No tiene causas políticas directas; sí, desde luego, concausas coadyuvantes. Pero su letalidad está determinada directamente por la virulencia de un microorganismo no por intencionalidad local alguna. Nadie en su sano juicio puede plantearse la inducción de un mal de esta naturaleza ni tampoco el fracaso consciente en la gestión de su combate. Es preciso pues, desterrar las expectativas atribuidas a los rivales-adversarios-enemigos políticos.
Estamos en presencia de una otreidad, que requiere la inmediata anulación de las percepciones atribuidas al otro, derecha e izquierda, y la conjunción de esfuerzos por conjurar los efectos del virus. Lo otro es, precisamente la línea de salida que nos va a permitir superar este histórico trance. Ethos y cratos, conjugadamente, como dos segmentos de la misma línea, van a propiciar la salida de este laberinto si convienen en admitir la otreidad excepcional que implica esta pandemia. No hay tiempo que perder. Es hora de consensuar soluciones.