noviembre de 2024 - VIII Año

A propósito de Rawls

De humanas actiones, 
non ridere, non lugere,
neque detestari, sed intelligere.
Spinoza, Ethica in More Geométrico Demonstrata

gettysburgDiscurso de Gettysburg de Abraham LincolnA un año de su primer centenario, podemos decir que, si John Rawls (1921-2002) no es el más importante pensador político norteamericano, sin duda ha sido uno de ellos. Hasta Rawls, se había impuesto y dominaba en el mundo teórico la falsa idea, promovida desde las entonces dominantes posiciones socialistas, de que la libertad y la igualdad eran inevitablemente contrapuestas, contrarias. La aparición del libro de Rawls, Teoría de la Justicia, publicado en 1971, rompió ese falso paradigma de modo definitivo. Tras las crisis de finales de los años 60 del siglo XX, incluido el famoso 1968, Rawls propuso un concepto de justicia social, la justicia como equidad, que aspiraba a defender por igual, y desde una misma base teórica, los derechos individuales asociados al liberalismo clásico, incluido el derecho de propiedad, con el ideal de la distribución justa de la riqueza.

En su célebre Gettysburg Adress (Discurso de Gettysburg), del 19 de noviembre de 1863, en plena Guerra Civil, Abraham Lincoln proclamó que los Estados Unidos habían sido concebidos en libertad y dedicados a defender el principio de igualdad entre todos los hombres. En su Teoría de la Justicia, Rawls definió que la justicia como equidad era, de todas las posibles, la versión más razonable de la justicia para una sociedad como la norteamericana concebida y dedicada a esos valores y propósitos, tal como la definió Lincoln: una sociedad concebida y dedicada a hacer posible, no sólo la libertad y la igualdad, sino sobre todo a hacer posible que ‘el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, no desaparezca de la faz de la Tierra’ (frase final del Gettysburg Adress).

Porque la justicia social, entendida por Rawls como equidad, lo que había pretendido era reconciliar la libertad y la igualdad, tal como se habían definido ambas en la más pura tradición liberal norteamericana. Y aunque su pensamiento no alcanzó mucha incidencia en la política de Estados Unidos, su obra generó un gran debate que determinó el renacimiento de la filosofía política en USA y en todo el mundo, estableciendo las bases teóricas de todo el debate posterior sobre las cuestiones fundamentales de la justicia social. Todavía en vida, Rawls recibió en 1999 un reconocimiento general de sus conciudadanos, al recibir el Premio Schock de Lógica y Filosofía y también la Medalla Nacional de Humanidades, en 1999. Esta última le fue impuesta por el Presidente Clinton, que fundamentó su decisión en que el pensamiento de Rawls había ayudado a toda una generación de estadounidenses a revivir su fe en la democracia misma.

Queda en mi recuerdo el curso 1980-1981, en la Facultad de Filosofía de la Universidad Autónoma de Madrid. Licenciado en Derecho en 1978, cursaba yo entonces Tercero de Filosofía y, en la asignatura de Ética, mi profesor, D. Carlos Thiebaut, dedicó todo el año principalmente al estudio de la obra de Rawls, que seguía siendo el gran hito teórico, casi diez años después de la aparición de La Teoría de la Justicia. Años después, bajo inspiración de la obra de Rawls, el Profesor Carlos Thiebaut publicó su obra ‘Vindicación del ciudadano: Un sujeto reflexivo en una sociedad compleja’ (Barcelona, Paidós, 1998).

Precedentes del liberalismo social

paineThomas PaineUno de los Padres Fundadores de la República Norteamericana, Thomas Paine (1737-1809), comenzó su Common Sense (1776), señalando cómo ‘algunos autores han confundido mucho las ideas de sociedad y de gobierno, como empequeñeciendo la diferencia que las separa o no distinguiendo una de la otra; pero ambas ideas no solo son diferentes, sino que tienen diferentes orígenes. La sociedad es producto de lo mejor de nuestra voluntad, mientras que el gobierno lo es de nuestra maldad (…). La organización social en cada Estado es una bendición, pero el gobierno incluso en el mejor de los Estados es solo un mal necesario; en el peor de los Estados, es un mal intolerable (…). El gobierno, como la vestimenta, es el símbolo de la pérdida de la inocencia’. La apuesta de Paine para la naciente República Norteamericana, se decantaba así por la más clásica opción liberal: Gobierno limitado y Estado y Gobierno ‘baratos’.

Para Paine, la sociedad es el resultado de nuestras necesidades, pero el origen del gobierno está en la maldad de los hombres. La sociedad promueve el bienestar positivamente, uniendo las mejores cualidades de los individuos, mientras que el gobierno lo hace negativamente, limitando los vicios de cada uno. Para Paine, la sociedad impulsa el trato y la relación entre los hombres, mientras que el gobierno crea diferencias entre ellos y los separa. Y en la búsqueda del equilibrio entre ambas propensiones, fue precisamente esa idea, esa concepción de la ‘necesidad’, entendida del modo más amplio, también como necesidad material, la que determinó la reflexión de Paine sobre la justicia social.

La mayor parte de los autores consideran que con la obra de Paine, especialmente con Rights of Man (Derechos del Hombre, de 1791-1792), pero también en The Age of The Reason (La Era de la Razón, escrita en su prisión francesa, entre 1793 y 1794) se inauguró el liberalismo social. En Rights of Man, Paine detalló la inevitabilidad de que los gobiernos representativos, si querían realmente serlo, en la mejor tradición lockeana que Paine compartía íntegramente, deberían articular programas sociales bien definidos para limitar y remediar la pobreza del pueblo, y propuso también de medidas fiscales progresivas, por vez primera en la Historia de la Humanidad.

Y es que, al contrario de lo que se sostiene habitualmente, el liberalismo siempre tuvo una fuerte preocupación por la justicia social, desde sus mismos albores. Y no sólo en el caso del norteamericano Paine. También el francés Conde Saint-Simon (1760-1825), y tras él su discípulo, el positivista Comte (1798-1857), o como el caso del británico Stuart-Mill (1806-1873) y los posteriormente denominados ‘social-liberales’. Todos ellos, desde los momentos iniciales de la formulación del liberalismo político, dan cuenta cabal de la profundidad e intensidad de las inquietudes liberales en materia social, desde sus primerísimas reflexiones. Pero se atribuye comúnmente al norteamericano Paine la idea básica de que, sin derechos sociales, los derechos civiles y políticos están vacíos, y sin derechos políticos y civiles, los derechos sociales son inviables. De nada le vale a nadie disponer de derechos si no puede atender siquiera su manutención y a la de los suyos. La Historia de la Humanidad, en los últimos doscientos años, ha demostrado lo acertado de este planteamiento.

En efecto, los países que han padecido sistemas de gobierno que suprimieron los derechos civiles, en los dos últimos siglos, sólo crearon miseria. Por el contrario, en los doscientos últimos años, los sistemas de gobierno liberal constitucionales, primero, y liberal demócratas después, siempre permitieron que el bienestar producido por el desarrollo económico de las sociedades abiertas, de mejor o peor forma, de uno u otro modo, terminaban por alcanzar a toda la sociedad, en su conjunto. Porque, para los liberales, el verdadero secreto del bienestar social se encuentra en el desarrollo económico, es decir, en la creación de riqueza. Nunca se ha impuesto la justicia social desde la tiranía, el despotismo o el totalitarismo, como la realidad de los países comunistas del siglo XX, desde 1917, y sus epígonos en este siglo XXI nos advierte. Incluso en el caso de China tras la muerte de Mao, se puede apreciar con total claridad que, en un sistema de gobierno despótico, aunque se puedan alcanzar éxitos económicos notables y cierta prosperidad, es imposible instaurar sistemas de protección y de seguridad social perdurables, mínimamente dignos de tal nombre.

Rawls y el liberalismo norteamericano

rawlsokJohn RawlsMuchos han querido ver en Saint-Simon y en Stuart-Mill a dos importantes precursores del socialismo. Algo parecido se ha querido hacer con Rawls. No es momento ahora de dilucidar ahora hasta qué punto son erróneas esas conceptuaciones, en los tres casos. Más aún, algunos han querido ver en Paine a un protosocialista, aduciendo para ello su amistad con William Godwin (1756-1836), utilitarista, discípulo de Bentham y padre de Mary Shelley (la autora de Frankenstein), a quien algunos han considerado como el más precoz precursor del moderno anarquismo. Aunque, más que la amistad entre Godwin y Paine, lo que se alega es el hecho de su participación conjunta, hombro con hombro, en un célebre debate sobre la Revolución Francesa que se produjo en Inglaterra, en 1790, denominado la Controversia Revolucionaria. En él, Godwin y Paine, en defensa de la revolución, se enfrentaron con el ‘wigh’ Edmund Burke (1729-1797), quien fue siempre muy crítico con los sucesos revolucionarios de Francia. Sin embargo, no muchos años antes, Paine y Burke habían coincidido también justo en la defensa de la Revolución Americana, aunque habían discrepado en parte de las razones en las que fundamentaban su apoyo.

No cabe duda alguna respecto a que, tanto Saint-Simón y Stuart-Mill, como el mismo Paine y hasta Burke, fueron genuinamente liberales. Incluso, hasta el anarco-liberal Godwin lo fue. Como tampoco se puede ignorar la filiación netamente liberal de Rawls. Si se revisa su biografía personal es fácil establecer la genealogía de esa filiación liberal de Rawls. Baste por ahora recordar que su obra Teoría de la Justicia (1971) fue revisada por él mismo, en severos términos autocríticos, y completada en su posterior Liberalismo Político (1993). Una obra de precisión, con la que Rawls pretendió dar respuesta a lo que él consideraba las verdaderas objeciones recibidas por sus planteamientos. También, sin ninguna dificultad, reformuló varias de sus tesis que, a su juicio, no habían sido bien entendidas al no haber sido adecuadamente formuladas por él. Uno de los rasgos distintivos del carácter de Rawls fue la modestia personal.

Rawls nació en Baltimore (Maryland), en el seno de una típica familia de la clase media norteamericana de comienzos del siglo XX. Padeció de tartamudez toda su vida. Los padres de Rawls mantuvieron siempre un alto interés en la política. Su padre, William Rawls, abogado de prestigio, fue en su juventud partidario del llamado ‘Progresismo Americano’, que inspiraron los Presidentes Republicanos McKinley (1843-1901) y Theodore Roosevelt (1858-1919). Pero la desunión republicana en las elecciones de 1916, le llevó a apoyar al Presidente demócrata Woodrow Wilson. William Rawls fue amigo y asesor de Albert Ritchie, demócrata y Gobernador de Maryland entre 1924 y 1936. También fue inicialmente partidario del New Deal de Franklin D. Roosevelt. Pero la grave crisis del Tribunal Supremo USA, en 1937 (the Court Packing Crisis), cuando Roosevelt intentó vencer la resistencia de la Alta Corte a su legislación del New Deal nombrando seis nuevos magistrados del Tribunal, William Rawls fue de los muchos que denunciaron el fraude de Roosevelt y se apartó de los demócratas. La madre de Rawls, Anna Stump, fue una mujer de muy notable inteligencia, con la que Rawls mantuvo una relación mucho más estrecha que con su padre. Sufragista, presidió durante varios años en Baltimore la Liga de Mujeres Votantes. Como sufragista, nunca sintió simpatías por los demócratas, que siempre se opusieron al voto femenino. Su última intervención política pública fue en 1940. En las presidenciales de 1940, Anna Stump apoyó públicamente la campaña del candidato republicano Wendell Willkie, quien había dejado el Partido Demócrata para presentarse contra Franklin Roosevelt, quien finalmente ganó la elección.

Como Sócrates, también Rawls fue soldado. Sócrates formó en las filas de los Hoplitas Atenienses y, durante la Guerra del Peloponeso, por su valor, ganó una merecida fama entre sus conciudadanos que le valió para ser reconocido y respetado en Atenas antes de ser filósofo. John Rawls, por su parte, formó en las filas de la 32ª División de Infantería del US Army, que combatió en Nueva Guinea y Filipinas, en la Segunda Guerra Mundial, y que después de 1945 fue parte de las fuerzas de ocupación de Japón. Enrolado como recluta, alcanzó el grado de Sargento y fue condecorado. Curiosamente, también Thomas Paine fue soldado: sirvió en el Ejército Continental de George Washington durante la Guerra Revolucionaria en Norte América (1776-1783). Toda una coincidencia, sin duda.

En cuanto a su biografía intelectual, Rawls fue un genuino tipo del norteamericano formado en la mejor tradición liberal de su país. Admirador de los Padres Fundadores, y de entre ellos Paine, y de Lincoln; lector de Emerson (1803-1882) y estudioso de Spinoza (del que recibió una gran influencia), de John Locke, que le proporcionó su marco mental general, de Stuart-Mill, con el que enlazó el liberalismo social de Paine, y de Kant, quien siempre constituyó para él una permanente referencia ética. Dicho sea por citar sólo a algunos de los personajes y autores que más le influenciaron, además de sus maestros en la Universidad de Princeton. También fue a esos autores a los que Rawls dedicó una mayor atención, tanto en sus estudios, como en los cursos que impartió, principalmente en las Universidades de Princeton, primero, y de Harvard después. También en Oxford (Inglaterra)

La denominada Década Prodigiosa (1960-1970), tan trascendental en todo el mundo, también lo fue para Rawls. En esa década, el entonces denominado Mundo Occidental, conoció un progreso económico y unos niveles de bienestar nunca antes conocidos. Un incremento de la renta y la riqueza que contrastaba con la triste pobreza del mundo socialista. Y de la mano de ese desarrollo económico, se produjeron también enormes cambios culturales y en los comportamientos y conductas sociales. En Estados Unidos, el inicio de esa década coincidió con la Presidencia de John Kennedy, el ‘kennedismo’, del que Rawls fue partidario. Y fueron los años del Movimiento por los Derechos Civiles de los negros en USA, con Martin Luther King. Fue también la época en la que nacieron importantes movimientos contra-culturales que han ejercido una poderosa influencia hasta el presente. Los ‘Beatnicks’, nacidos en los años 50’ en la estela de Jack Kerouack, dieron paso a los Hippies, movimiento pacifista y libertario. De su mano, se produjo la eclosión del Rock and Roll y de la llamada música Pop, con la aparición de bandas míticas (Beathles, Rolling Stones) y de cantantes singulares que, como Bob Dylan, llegarían a alcanzar el Premio Nobel de Literatura, ya en nuestro siglo.

Y también fue la década de la Revolución Sexual. Y fue la década de la rebelión estudiantil, en la que los estudiantes de la Universidad de Berkeley (California) se disputaron la primacía revolucionaria con los estudiantes de la Sorbona (París), en el año 1968. Un espíritu revolucionario el de los estudiantes, que no podía encontrar inspiración alguna en el esclerotizado marxismo oficial de la Unión Soviética, entonces en pleno reflujo. Y la del renacimiento del anarquismo. Movimientos de fuerte carga anarquizante, como el ecologismo, el animalismo, en movimiento Okupa, el ultrafeminismo, etc… que nacieron en los años 60’, obviamente no podían encontrar referencias válidas en las gastadas consignas de la ‘dictadura del proletariado’ y de la lucha de clases, propias del marxismo oficial. También, en 1969, y para decepción de los soviéticos, los norteamericanos decantaron a su favor la carrera espacial entre USA y la URSS, protagonizando el primer viaje tripulado a la Luna. Un auténtico hito en la Historia de la Humanidad, del que se cumplió el cincuentenario en 2019.

Pero fue también la década de la Guerra del Viet-Nam, que tanto interés despertó en todo el mundo y que tantas campañas políticas generó. Una guerra lejana, pero que produjo dramáticos desgarramientos en la sociedad norteamericana, además de la muerte de más de 50.000 de sus soldados. En ese tiempo Rawls, pese a que dedicó toda la década a la elaboración de su obra, Teoría de la Justicia, no por ello se aisló del mundo en el que vivía. Rawls participó activamente en las campañas contra la guerra del Viet-Nam, en las que coincidiría con su futuro crítico, Robert Nozick (1938-2002), entonces un anarquista radicalizado que estaba integrado en la New Left (Nueva Izquierda). También coincidieron en las Universidades de Princeton y de Harvard, de las que ambos fueron profesores.

Toda esa vorágine de hechos e ideas, que brotaron o se materializaron en los años 60’ del siglo XX, afectaron mucho a sus trabajos, como él mismo reconocería después. Rawls tuvo que confeccionar su Teoría de la Justicia, reelaborando y reescribiendo muchas veces los textos, hasta la versión definitivamente publicada. Una versión revisada posteriormente, por él mismo, en su obra Liberalismo Político (1993), como ya se ha indicado.

La trascendencia del pensamiento de Rawlsrewls3

La aparición de Teoría de la Justicia, en 1971, sin que quepa establecer causalidad alguna, coincidió con el inicio del definitivo declinar del llamado ‘socialismo real’, en todo el mundo. Hasta mediados de los años 70 del siglo XX, había prevalecido en el ámbito teórico la pretensión de reconstruir, con las herramientas de la filosofía analítica, las ya escasas tesis que aún se podían considerar válidas del materialismo histórico marxista, para poder mantener vigentes los ya tambaleantes principios normativos del socialismo. No había sido fácil desbancar al socialismo de la primacía que había alcanzado desde 1917, y sobre todo con la gigantesca expansión del ‘socialismo real’ tras la Segunda Guerra Mundial. En 1950, casi dos terceras partes de la humanidad vivía bajo dictaduras comunistas, y los autores marxistas dominaban absolutamente en universidades y en la opinión más general.

La tarea de redefinición teórica del liberalismo clásico iniciada en los años 20 del siglo XX por Misses (1881-1973), y desarrollada por la denominada Escuela Austriaca a fin de recuperar el sentido de la realidad en economía, fue avanzando paulatinamente, de modo lento, pero seguro. En 1970, Samuelson (1915-2009) ganó el segundo Premio Nobel de Economía, en 1974, lo obtuvo Hayek (1899-1982), en 1976 lo recibió Milton Friedman (1912-2006) y en 1986 (1919-2013) James Buchanan. Se visualizó así la realidad del completo fracaso del socialismo en la contienda teórica mantenida desde mediados del siglo XIX contra el liberalismo; una realidad que se hizo tangible, desde mediados de los años 60’ del siglo XX, cuando ya se había verificado que el ‘socialismo real’ había perdido definitivamente la batalla de la emulación económica con las sociedades abiertas. Las revueltas estudiantiles de 1968 denunciaron las denominadas ‘sociedades de consumo’ y el ‘consumismo’, conceptos entre los que desde luego no se podía ubicar a ningún país del campo socialista. Las sociedades abiertas, con gobiernos limitados y ‘baratos’ (valga la expresión, pues ese es el debate), habían demostrado con creces su capacidad para alcanzar niveles de bienestar y justicia social, imposibles de lograr en las totalmente estatizadas sociedades del mundo socialista soviético.

Pero en el curso de la pugna sostenida con el socialismo, el perfil más bien conservador de la Escuela Austriaca difuminó el pensamiento social-liberal, que quedó paulatinamente desplazado y casi olvidado. Y es que, con las excepciones del británico Keynes (1883-1946), del austroamericano Shumpeter (1883-1950) y del norteamericano Samuelson (1915-2009), el peso principal en el combate teórico contra el socialismo triunfante corrió a cargo de los autores de la Escuela Austriaca. Durante todo ese tiempo, y como resto del liberalismo social, sólo quedó en pie el radicalismo francés. Un movimiento político que, desde mediados del siglo XIX, definió y en gran medida cumplió un programa de reformas social-liberales, fundado en la idea de Jules Ferry (1832-1893) de conseguir la igualdad social mediante un sistema educativo de alta calidad, que permitiese a la educación convertirse en el ‘ascensor social’.

Personajes como Jules Barni (1818-1878), que integró la ética de Kant en el liberalismo radical, o como Ferdinand Buisson (1841-1922), creador del radical-socialismo, o Leon Bourgeois (1851-1925), definidor de la solidaridad laica como programa social. Y como no, con Eduard Herriot (1872-1957), producto él mismo del programa radical de igualación social por la educación y partícipe del Pacto de Matignon (1936), que definió las líneas de la política social francesa hasta el Gaullismo. Los Radicales Franceses conocieron un último momento de esplendor bajo el liderazgo de Jean Jacques Servan-Schreiber (1924-2006), el último gran liberal-radical francés, que intentó reformular un programa social-liberal para Francia, con el Manifiesto Radical, de 1970. Antonio García Trevijano, el 7 de marzo de 1968, invitó a Servan-Schreiber a dar una conferencia en Madrid, que tuvo un gran éxito. Tras Servan-Schreiber, el radicalismo francés inició su declive definitivo, justo en el momento en que Rawls, con su Teoría de la Justicia (1971), iba a realizar el relanzamiento del liberalismo social, un liberalismo en el que los radicales franceses habían sido combatientes solitarios durante casi un siglo.

No puede extrañar, pues, que en esos años del renacer liberal, una de las primeras críticas que recibiera la obra de Rawls procediera del citado Robert Nozick, en su obra Anarquía, Estado y Utopía, publicada en 1974, que se ha considerado la primera crítica a la Teoría de la Justicia. Como ya se ha indicado, Nozick, durante los años 60’, perteneció a la New Left americana. Pero, como el propio Nozick ha explicado, cambió sus planteamientos tras una larga conversación, en 1968, con el teórico libertariano Murray Rothbard (1926-1995), que estimuló su interés por el liberalismo. Tras ese encuentro, se aplicó al estudio de las obras de otros liberales, como Hayek, Mises o Aynd Rand, lo que le llevó a abandonar su inicial izquierdismo. Su obra Anarquía, Estado y Utopía, más que una crítica a Rawls, fue la plasmación escrita de los cambios en sus planteamientos ideológicos.

La primera parte del libro de Nozick consistía es la crítica a los libertarianos, centrada en Rothbard, y podría haberse titulado ‘Por qué no soy Rothbardiano’. En síntesis Nozick, en perfecta sintonía con los planteamientos de gobierno limitado y barato de Locke, reprochaba a Rothbard y a los libertarianos que teorizasen la inverosímil posibilidad de un mundo sin Estado. La segunda parte de Anarquía, Estado y Utopía sí puede considerarse una réplica a Rawls, pero muy entre liberales. Rawls y Nozick compartían el mismo fundamento teórico, la política de Locke y la ética de Kant. Por eso Nozick, en un tono más de advertencia que de crítica, recuerdó a Rawls que su idea de distribución del resultado de la cooperación social no se puede realizar sin incrementar el poder y el tamaño del Estado, de modo innecesario e injusto. Con su libro, Nozick demostraba que los anarco-liberales, como Rothbard, y los social-liberales, como Rawls, habían terminado por situarse fuera, o casi, del marco teórico de la política de Locke. En el fondo, lo que planteaba realmente Nozick era que el debate debía trasladar su foco principal de atención a la definición del tamaño del Estado, desde la óptica lockeana del gobierno limitado y ‘barato’, si así se puede decir, pues no hay exactamente Estados baratos, hoy en día.

Las objeciones de Nozick puede considerarse que fueron aceptadas por Rawls, al menos en parte y adecuadamente matizadas, en su obra Liberalismo Político (1993). En ese texto, Rawls reconoció que no había especificado con claridad en su Teoría de la Justicia, que su planteamiento redistributivo tenía como límite infranqueable el respeto a los derechos individuales. En realidad, la crítica verdadera libertariana a la Teoría de La Justicia la formuló el húngaro Anthony de Jasay (1925-2019), en un texto que puede consultarse en este enlace

De modo inevitable, aunque más tardíamente, también recibió Rawls las críticas del entorno marxista, entre las que se deben de mencionar al menos dos, la del canadiense y Profesor de Oxford Gerald Cohen (1941-2009), uno de los exponentes del denominado ‘marxismo analítico’, y la del último representante de la Escuela de Frankfurt, Jurgen Habermas (1929).

Cohen, especialmente en su obra ‘Si eres Igualitarista ¿por qué eres tan rico?’ (2000), consideró que incluso en el caso de que el liberalismo igualitarista (Rawls) defendiera los principios de justicia correctos, su apelación a la defensa de los derechos civiles individuales limita el alcance del igualitarismo que predica. Vieja receta que considera la libertad un peligro, si bien la crítica de Cohen acepta, moderadamente, el individualismo rawlsiano, en un intento de aproximarse al diálogo entre posiciones no necesariamente enfrentadas, con lo que se aleja del viejo dogmatismo del marxismo-leninismo clásico.

Habermas, por su parte, señaló que la propuesta de Rawls, aún en el caso de que pudiera aplicarse, quedaría muy lejos del ‘igualitarismo’ socialista, en lo que no le falta razón. Pero debe destacarse que Habermas fue más allá que Cohen, en esa línea de aproximación al mismo mundo conceptual de los liberales, al considerar su debate con Rawls una disputa de familia. Aspecto este muy destacable, como ha señalado el profesor español Fernando Vallespín, en la introducción realizada al libro ‘Debate sobre el Liberalismo Político’, publicado por Paidós, en 1998, en el que se recoge la polémica entre Habermas y Rawls, de mediados de los años 90’ del pasado siglo. Pero debe indicarse que el debate, en este caso, no giró tanto en torno a la Teoría de la Justicia, sino que más bien versó sobre la citada obra complementaria de Rawls, Liberalismo Político.

En un mundo de sofismas encanallados como el actual, en el que casi sólo se oye a esos dogmáticos locos, que dicen conocer el valor de todas las cosas, pero desprecian el precio que hay que pagar para conseguirlas, o a esos cínicos que se saben de memoria el precio de todas las cosas, pero que ignoran su valor, la obra de Rawls se alza como un referente esencial. Esencial para recordar esas líneas básicas del liberalismo clásico, en las que ya se encuentran los rasgos que lo han caracterizado, y que aún lo hacen, y que le obligan a reformularse como ese pensamiento político que entiende que el tríptico liberal, ‘libertad, igualdad, fraternidad’, ha sido el inspirador de las grandes empresas transformadoras de los últimos 200 años en el mundo. Un lema que, en sí mismo, constituye un programa de reformas que sigue estando vivo y vigente, y que expresa la fuerza y el valor de unas ideas que han sido, lo son hoy día y lo serán siempre, las únicas verdaderamente revolucionarias.

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