Al luchar contra un enemigo invisible -teniendo en cuenta la altísima estima en la que tenemos nuestra visión: una imagen vale más que mil palabras, cosa que solo podemos afirmar con palabras- necesitamos el apoyo de imágenes para cegar esa invisibilidad, para tener la ilusión de que sabemos contra qué o contra quién estamos luchando.
Así acudimos a nuestro reservorio de imágenes donde siempre encontraremos algún otro dispuesto a prestarse a la engañifa. Pero no nos vale cualquier otro, sino los que dejaron marca, aquellos de lo pasado que han sido. Irán pasando a medida en que la escena presente los reclame, en una cuarentena hay tiempo para tantas cosas.
En medio de tanto trasiego ocurrirá, inevitablemente, que se preste a la cita un otro especial, diferente a los otros, un otro que parece, al tiempo, familiar y desconocido, un otro que parece conocer tus límites, tus fallas, dónde te duele, qué te pica y cuando. Y aunque grites que preferirías el invisible enemigo a esa sombra ominosa, allí se quedará, sombra terrible como dice Henri Miller mejor que nadie: ‘He derrotado uno a uno a todos mis enemigos hasta que me encontré con el peor de todos, yo mismo’.
Ayer mismo me acerqué a un centro de salud para consultar sobre la inusual limpieza de mis fosas nasales por las que circulaba el aire de la ciudad con toda libertad. Primero me dijeron que no molestara, que sólo podían atenderme si respiraba con dificultad, pero de todas maneras me informaron de que habían recibido otros casos como el mío y finalmente el diagnóstico había sido ‘síndrome de abstinencia de smog’, o sea que el aire puro me estaba envenenando.
Cuando salí del Ambulatorio fui a buscar mi coche al parking donde me esperaba, sobre la superficie lisa del capó, una voz invisible que me gritó: ‘¡¡la bolsa o la vida!!’. Aturdido por tamaña sorpresa y con el resto de lucidez que me quedaba, razoné para mis adentros, si elijo la bolsa pierdo la vida, pero si elijo la vida que clase de vida es una vida sin bolsa. Entonces erguí mi voz y le dije con calma: ‘la bolsa y la vida’. ‘Impertinente’ me soltó la voz, ‘es que no ves que soy el rey, ¿acaso no se nota por la corona?’. Respondí que no solo no lo veía sino que además me olía que era un ciego descendiente de una dinastía que ya había matado mucho.
‘No solo soy el rey, continuó, sino que ante el desorden y los destrozos que habéis provocado en el mundo, me he visto obligado a intervenir. Es evidente que no se os puede dejar solos, todo lo lleváis a decidir según vuestras conveniencias -la mayoría de ellas infantiles-. Habéis reemplazado a los estadistas por las estadísticas que -desde Mark Twain- son la tercera forma de mentira, tras las normales y las piadosas. He observado, por ejemplo, que ni teniendo a la mitad de la humanidad confinada y a la otra mitad temblando, sois capaces de dejar vuestras peleítas para dirimir quien tiene el yo más inflamado o la bandera más enorme. Seré ciego, no veré, pero puedo mirar con mis oídos, con mi piel, con el olor de las imágenes. Mirando compruebo, entre otras cosas, que os estáis tragando seductoras y edulcoradas publicidades de varias entidades bancarias con promesas de ‘estar a nuestro lado’ y ayudarnos ‘en lo que haga falta’ para salir con bien de las graves tempestades económicas que se avecinan. Pero aún no he escuchado a nadie exigiendo a esas entidades la devolución de aquél rescate que no fue rescate y que no les iba a costar ni un euro a los ciudadanos’.
Pues bien, los ciudadanos ya han pagado con los recortes en lo público que trajo bajo el ala aquel rescate que no lo fue.
Y que decir de los que abogan por adelgazar al Estado hasta que sea solo un estado de ánimo; creo que nadie lo expresa mejor que aquel político que en un alarde de sinceridad dijo: ‘el dinero público no es de nadie. Si fuera de alguien, cogerlo sería un robo. Si no es de nadie, llevármelo es una contribución a la limpieza’…. de las arcas del Estado. Un Estado delgado, porque el dinero está mejor en el bolsillo de los ciudadanos que en las mencionadas arcas, dicen los gurús económicos de la codicia insolidaria que prefieren sustituir la justicia social por una beneficencia beata y con collares.
En fin, si de esta no salimos mejores es que no tenemos remedio.
- * Emilio González Martínez es psicoanalista y poeta